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viernes, 9 de septiembre de 2011

DÍA DEL MAESTRO y DÍA DEL PROFESOR

Aquí presentamos un escrito realizado en el año 2005 e integra uno de los capítulos del libro "Educación: ¿problema o dilema?" cuyos autores son el Profesor Pedro L. Armano (1942-2010) y el Lic. Sergio Dalbessio.

Aunque ambos cultivaban una profunda amistad, muchas veces diferían en lecturas y conceptos, sin embargo en el mutuo respeto pudieron escribir un libro que testimonia que la convivencia, el disenso y el respeto son valores democráticos que a partir del hecho educativo pueden generar una sociedad más equitativa y justa.


Los autores del libro, el Profesor Armano -sentado-
y Sergio Dalbessio -de pie-


 

 

 

 

 

NACIÓN Y ESCUELA: HACIA UN NUEVO PROYECTO


   La existencia de lo que se denomina sistema educativo depende de tres cosas fundamentales: el proyecto de Nación -se debe tener claro el itinerario a seguir y el compromiso de todos los habitantes de la Argentina en cumplirlo y hacerlo cumplir-, la escuela -andamiaje construido por la modernidad, necesario para la adquisición de valores y cultura-, y los docentes, artífices insustituibles que llevarán a cabo lo esbozado con anterioridad. Del análisis de esos tres factores trata el presente trabajo.                         
   Se comenzará por la escuela, ya que es el punto clave.

La escuela: haciendo un poco de historia

   La humanidad ha basado su supervivencia y continuidad a través de los siglos. Por lo tanto, los primeros procesos educativos tuvieron lugar en el entorno de la familia y/o de la tribu. Así lo reafirman los testimonios que llegaron de las distintas culturas, muchas desaparecidas y otras todavía vigentes. Descubrir nuevos alimentos, desarrollar hábitos de higiene, cuidar de los animales y de la naturaleza, preservar la importancia de la comunicación oral y diversas necesidades elementales más constituyeron los primeros pasos que se conocen con el nombre de “la educación”, que generó también el incipiente proceso denominado la socialización.
   Ese orden social, reservado a la familia o a la tribu, cedió poco a poco su espacio a una nueva institución: la escuela. (Al expresar la palabra ‘escuela’ se quiere, desde ya, representar a todo el sistema educativo, el cual tiene sus normas, sus niveles y, en especial, incluye a los sujetos activos e históricos -las familias, los educadores y directivos, los auxiliares, los funcionarios, los alumnos, etc.-). La escuela reforzó los procesos educativos que se describieron e introdujo nuevos con el fin de preparar a la infancia y adolescencia, para actuar en los distintos ámbitos que sus vivencias personales los ubicasen. Aprender a leer y escribir, conocer la historia, la geografía y la naturaleza de su país, cómo comportarse en grupo, respetar las normas de convivencia fueron objetivos específicos que asumió la institución escolar.
   También cabe recordar, haciendo un salto en el tiempo, que con la Revolución Francesa[1], el derecho de aprender dejó de ser privativo de las clases altas o acomodadas. A partir de ese hito histórico, se convirtió en un derecho universal, o sea para todos los ciudadanos de un país –aunque vale aclarar que el movimiento de igualdad en la Revolución aceptó como ciudadanos a los individuos adultos masculinos, excluyendo a un sector del pueblo que no integró a la novel comunidad de iguales[2].

* * * * * * *
   El Estado asume la responsabilidad de organizar y mantener los niveles de los sistemas educativos (inicial, educación general básica, primario, secundario, polimodal, la enseñanza universitaria, posterciaria y, por supuesto, la formación del personal específico). Además, uno de los principales imperativos de la obligación estatal hacia la educación reglada consiste en retener, durante unas cuantas horas diarias, a los niños y adolescentes, sacarlos de sus casas, y trasladarlos a escenarios especialmente diseñados: aulas, patios amplios, bibliotecas, museos, laboratorios, etc., con el fin de desarrollar en ellos procesos educativos. Esta actividad ilustrada por excelencia permite construir las bases del principio de igualdad de oportunidades, que posee  tal poder, hasta considerar un delito la no concurrencia. De allí, la obligatoriedad para ciertos períodos etarios. Expresado en forma sencilla: el derecho a la educación no solamente es un derecho, es más que nada una obligación.                      
   Desde la ley 1420, donde la escuela era el centro cultural por excelencia y el alumno concurría a ella para perfeccionarse y, luego, volver a la sociedad con el propósito de elevar el nivel histórico -como diría José Ortega y Gasset- logró, en algunas épocas con más efectividad que en otras, los objetivos propuestos. (“Pero en la Argentina, las instituciones quedaron tan dañadas que no se sabe cuánto habrá que esperar para que la educación y la salud regresen al cauce en el que estaban hace medio siglo”. Tomás Eloy Martínez. “Paisajes de ruinas”. Diario La Nación, 27/11/04).
   Enmarcada dentro de los vaivenes político-económicos de los últimos tiempos, la escuela argentina no estuvo ajena, como cualquier organismo, de esas vicisitudes. Pero la crítica que realizan diversas instituciones y las noticias negativas que suelen transmitir los medios (encuestas, en la sección Secundaria, con promedios insuficientes en las comprobaciones de Lengua y Matemática, bajos índices de lecturas, mediocridad de los profesores y maestros, las Universidades que les cargan culpas al estudio secundario por los deficientes exámenes de ingreso, menos horas de clases que en los países desarrollados, etc.), sumado a que la misma sociedad que la respeta, a veces le demanda o exige lo que realmente no puede dar, la escuela comienza a deteriorar su imagen. Si se agrega a la situación planteada los sueldos docentes, con su ingeniería técnica para conformarlos y la lenta decisión para abonarlos, el panorama no parece  demasiado alentador. Aun ante la crisis social-económica imperante, la escuela no ha dejado de estar presente en su función de construir y distribuir saberes, tanto a los niños como a los jóvenes. Entonces, ¿cómo ajustar las prácticas a un contexto de crisis? La enseñanza, los aprendizajes, el conocimiento siguen siendo un bien capital de la educación y, dentro de ese contexto, deben plantearse las prácticas.
   No obstante, la sociedad le solicita a la escuela que sea contenedora, no pedagógica: asistencia psicológica, médica, odontológica; comedor,  registro civil transitorio, etc.. Vaya un ejemplo como muestra: en el film “Todo comienza hoy”, el director de un jardín de infantes, ubicado en un pueblo de la campiña francesa, se ve obligado a organizar la ayuda comunitaria para los familiares de los niños, ante la insensibilidad de los agentes -(burócratas)- estatales. Por el cierre de la mina de carbón de la zona -principal fuente de trabajo-, debió  transformar al colegio en un local donde no se iba sólo a aprender, sino además a comer, a buscar contención psicológica o para hacer reuniones cuasi-sindicales. Lo que ocurre en el continente europeo, se percibió hace poco en la provincia de Buenos Aires. En diálogo con un docente, -20 años de servicio-, y que trabaja en los tres turnos para vivir dignamente, narraba con alegría que ninguna de las escuelas tenía comedor. La pregunta obvia fue: ¿y qué hay de distinto entre una escuela que cuenta con comedor y otra que no? Respondió que en estas últimas a los directivos se les podían plantear temas pedagógicos, didácticos o disciplinarios, pero en aquéllas, los directores viven revisando facturas o confeccionando listas de pedidos de alimentos y, por ende, la tarea los absorbía de su función primaria y esencial por la cual estaban en la institución.
   Se constata de esta manera que la escuela se ha transformado en un simple receptáculo de niños o de jóvenes, en un comedero más que en un comedor e, impuesto desde afuera por funcionarios de escritorio o por los mismos padres, en un lugar bailable, club, centro de votos, dispensario vacunatorio y local para juegos de azar (kermesses o bingos, por ejemplo), con lo cual ha dado un giro de 180 grados  respecto de su verdadero ministerio. Cabe preguntarse: ¿la ocupación de dar de comer -necesaria y humanitaria en los tiempos de apartamiento y creciente pobreza- no sería más bien de los comedores parroquiales o de las sociedades de fomento? Es allí donde el Estado debería orientar los planes sociales, para paliar las situaciones de inequidad social.
   Los gobiernos, fuesen del signo que fueran, con tal de captar clientela política en la población, ceden ante el menor reclamo, reformulando a la institución escolar y haciéndole cambiar su papel. El famoso adagio la escuela no es ni un comité ni un club ha dejado paso a un híbrido que, en el mejor de los casos, “algo” enseña.
  
   La sociedad decretó la caída de credibilidad de muchas instituciones. En la actualidad, parece retomar el tan peculiar criterio y adiciona una más a su lista: la escuela. Por lo tanto, la sentencia del pedagogo Iván Illich la escuela ha muerto coincidiría con lo expuesto hasta aquí.
   (La dicotomía de crédito y descrédito de la escuela es la típica pendularidad de la clase media, la cual configura una gran franja de la sociedad argentina. Se necesitaría un estudio profundo desde la sociología de la educación, para entender el fenómeno. Simplemente a vuelo de pájaro y sin asumir la especialidad, se infiere una clase alta, que no se preocupa por la educación, una clase media alta y media, que determina la bipolaridad: valoración-deficiencia y una clase baja que rescata a la escuela, siempre y cuando sea contenedora en su totalidad).

* * * * * * *

   En los ’90 se inició la reforma educativa, camino a la Ley Federal de Educación. Dicha reforma obtuvo, en un principio, el beneplácito de la sociedad y de los docentes, que supieron acaparar con habilidad los políticos de turno, los arribistas de siempre, llámense especialistas, editoriales didácticas, conferenciantes, cursos de perfeccionamiento -más pagos que gratuitos-, y un sinfín de aventajados comerciantes que aprovecharon la coyuntura. La reforma, es lamentable confirmarlo, quedó más anclada en un ilusionismo y en una revolución de los nombres  que asumida como tal. Las lógicas consecuencias pedagógicas y administrativas no se hicieron esperar: planes confusos, inconvenientes en los traslados de alumnos de una provincia a otra o a escuelas de la Secretaría de Educación del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires, tanto de gestión pública como de gestión privada, edificios escolares separados, a pesar de la unidad del Ciclo, donde el primer curso está en uno y los restantes -dos- en otro edificio, con el consabido desgaste físico y psicológico por parte de los directivos y, asimismo, el deficiente control pedagógico de la unidad educativa, etc. Casualmente, todo lo que iba a evitar y combatir la Ley. También, ciertos aspectos particulares del quehacer áulico sufrieron y todavía se mantienen en constante mutación de sustantivos y adjetivos,  formando una ‘melange’ de términos los cuales han configurado un mapa de vocales y consonantes que se asemeja más bien a un crucigrama que a un programa, marco este último donde deben especificarse y estatuirse los reales objetivos educacionales de una Nación.                                                                         
   Otro detalle es: de una punta a la otra del arco, las opiniones acerca de lo educativo resultan válidas y, en muchos casos, son tenidas muy en cuenta; no importa si quien la emite posee o no peso social. Verbigracia: la cantante norteamericana de rock Macy Gray declaró: “¿Inteligente? Por supuesto, siempre fui muy rápida. La cuestión es cómo está armado el sistema educativo -en su país-; parece que lo pensaron para que fuera aburrido. La escuela está demasiado estructurada.” Y, en el extremo opuesto, el titular de Caritas, monseñor Jorge Casaretto, manifiesta: “Nosotros creemos que sufrimos una crisis de valores y la gran respuesta no es solamente a través de lo asistencial, sino fundamentalmente a través de una tarea educativa.” ¡La educación!, la educación en todas partes, y su lugar: la escuela.   

Los docentes: una vocación con raíces sociales    
   Dentro de la crisis está en ciernes la esperanza: la sociedad confía en los docentes y éstos, con sus aciertos y errores, siguen siendo los únicos reconocidos, pues son la cara visible, la persona que se contacta  mediante el afecto en una relación que eleva al hombre a su condición de criatura humana. (“Los maestros son los empleados públicos con mejor imagen en la sociedad (...)[3]. No obstante la confianza dispensada, la misma sociedad lo fragmentó -(“Hablar de fragmentación hoy en la Argentina es casi un lugar común. (...) Con esto queremos decir que entre un fragmento y otro hay poco o nada en común, de modo que las situaciones de unos y otros se vuelven incomparables”. Guillermina Tiramonti. Diario La Nación del 07/12/04)- y las políticas públicas, llevadas a cabo en los ‘90 por el modelo socio-político y económico, tuvieron la posibilidad de confirmarlo en ese status. Con magros salarios, sin materiales acordes y desorientado en cuanto a su quehacer, no supo seguir el ritmo de enseñanza que la teoría necesitaba para la reforma tan ansiada y, aún más, declamada. Además de lo mencionado, padeció el agregado de tareas no inherentes propias de la función. Todo lo explicitado resultó en desmedro de su trabajo.
   Los maestros y profesores serán prestigiados en la medida de que la educación se convierta en pilar básico de un nuevo proyecto de Nación. Jamás los reemplazarán las máquinas ni los ‘softwares’, ni ningún otro profesional que no esté relacionado con el sistema educativo[4].
   Para los niños, jóvenes y adultos el docente fue y es el garante de ofrecer y entregar las herramientas que lo harán acceder a la información, al desarrollo (y mecanismo) mental de clasificar, comparar, discernir, criticar, elaborar y repensar la misma. Como ser pensante, el docente colabora en la construcción del pensamiento de aquéllos a quienes la sociedad les confía para formar en su integridad. Esta entrega y el manejo de los instrumentos indispensables ayudarán a configurar una sociedad democrática. (No se tiene democracia por el mero hecho de votar; ese es un paso, pero sólo uno más. En la democracia auténtica, los habitantes de un país incorporan a la educación, a la salud y al trabajo como un bien natural. Pero los docentes tendrán que diversificar sus prácticas, guiadas por la columna vertebral que la escuela -y la política educativa- no podrá tergiversar bajo ningún concepto: enseñar y aprender).
   El docente del siglo XXI aprenderá a decidir, a ir cambiando en forma constante su mentalidad y, como consecuencia, enriquecerse con su accionar. La profesionalización perseverante no lo hará perder el tren de la historia, que viaja actualmente a máxima velocidad. Vale, del mismo modo, cuestionarse ¿cuál es el rol o los nuevos roles de los educadores en este contexto neoliberal?.[5]

El Estado-Nación en un contexto globalizado

   La globalización es un proceso donde una serie de tendencias y realidades no conocidas son promovidas por esta novedosa fase del capitalismo. Se instala en un discurso homogeneizante, y éste es presentado como la mejor posibilidad, para buscar constituirse en el único sendero que garantiza resolver los constreñidos problemas sociales y políticos. Quiere la autonomización del capitalismo y del mercado y  solucionar” de hecho los problemas de la exclusión social. Las construcciones, que avanzan en la aldea global, tienen sus ideólogos que no son ni más ni menos que los sujetos y actores directamente beneficiados por ella. Se encargan, desde las tribunas mediáticas, no sólo de darles impulso sino de asociarlas con las interpretaciones que buscan la sustentación de sus intereses, haciendo ver que son universales, válidas y necesarias en todos los sectores de la sociedad.
   A partir de lo descrito, cualquier regulación que impulse el Estado es mirada como un ataque a los principios individuales, quedando de esta manera la política en manos de un grupo que hace de la globalización un altar donde sacrifican, en aras de satisfacer sus intereses egoístas, a aquellos seres humanos que sobreviven de las migajas caídas de ese altar. Las reglas de juego impuestas tienden al beneficio de unos pocos que rezan la jaculatoria: “no a la intervención del estado y sí a la libertad de los mercados”. Estos beneficiados son los que se designan como el ‘management’ empresarial que gritan desde sus púlpitos que el Estado-Nación ya no domina el poder, con lo que se auto-excluyen de establecer políticas autónomas y soberanas. No se debe considerar la crisis del Estado y de la Nación como la crónica de una muerte anunciada, sino ver en el fenómeno algo que surge naturalmente y como un proceso que posee sus oportunidades, pues deja márgenes para las opciones políticas y la búsqueda del bien común. El rechazo es a la globalización en tanto ideología, ya que incluye en la agenda de debate el predominio de lo económico y de sus intereses particulares. “También soñábamos con un orden internacional más justo. El fin del mundo bipolar fue una gran oportunidad para  humanizarlo más. En lugar de eso, presenciamos un proceso de globalización económica que se ha desbocado políticamente y, por lo mismo, está ocasionando un caos económico y arruinando la ecología en muchas partes del mundo”. Václav Havel. Diario La Nación del 17/11/04). La globalización no es en sí misma -argumentan algunos pensadores- buena ni mala. Por el contrario, el platillo se inclinaría hacia lo positivo pues, en esta época, a través de los medios de comunicación, las informaciones se diseminan con mayor rapidez; se consumen productos de todo el mundo; las mismas marcas de indumentarias  o de electrodomésticos están en cualquier parte del planeta; las industrias producen acorde a planes establecidos: en cada país se fabrica una pieza; el intercambio cultural y científico es permanente, y así se podría continuar mencionando opciones tecnológicas de avanzada. No obstante, las variantes propias de la “aldea global” provocan, a través de la interrelación, un costo en dinero y es precisamente acá donde la globalización asume una actitud ideológica, con el consabido beneficio de los países ricos en detrimento de los pobres, hasta llegar a veces a consecuencias devastadoras para estos últimos. (“La globalización puede ser una fuerza benéfica, pero hay que replantearse profundamente cómo ha sido gestionada”, Joseph E. Stiglitz).                                   
  
   Pues entonces, lo primero que se debe tener en cuenta para considerar un proyecto educativo es vislumbrar con exactitud un proyecto de país: para que la carreta haga camino -argumenta el dicho popular- los bueyes deben estar delante de la misma.                                                                     
   Hoy, guste o no, -(hace poco, el ex-presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, entre humorístico e irónico, señalaba un ejemplo de la hegemonía global, al sostener: “... en los jóvenes, que en las protestas antinorteamericanas visten jeans y zapatillas de marca norteamericana...”.)-, hay que pensar en términos de la globalización, pero sin perder de vista que la actuación es local, nacional. Antes, la educación preparaba a un alumno que se integraría luego a una oficina, a una fábrica. En ellas, obedecía y cumplía con lo propuesto; aun la formación democrática era orientada hacia la participación en los partidos, sujetas a un cierto disciplinamiento. La escuela es un ámbito donde se habilita a las mujeres y varones a participar en otras tareas, aunque suele ‘condenar’ a quienes no satisfacen aquellas obligaciones escolares básicas y a no merecer puestos deseables en diversas instancias laborales.                                                                                
   Los cambios imperantes hacen que el sujeto-alumno, que asiste a nuestras escuelas, sea preparado para pensar, tomar decisiones, ejercer sus derechos de ciudadano y de consumidor. (Al decir de Alfredo y Eric Calcagno: “La primera lucha contra ese pésimo[6] consiste en infundir un ideal educativo, que tienda a que cada uno pueda desarrollar sus aptitudes intelectuales y humanas y tenga acceso a la cultura, a la vez que obtenga las calificaciones necesarias para insertarse de modo adecuado en el sistema productivo; todo ello dentro del desarrollo del conjunto de la sociedad”.)
   Y a los docentes, como consecuencia profesional educativa, les corresponde revisar y adaptar las herramientas y los contenidos en forma constante, en procura de satisfacer los requerimientos del tejido social.

A modo de conclusión: algunas ideas sugeridas
   A partir de 1880,  se plasmó un proyecto que apuntaba a conformar el Estado y, como consecuencia, la Nación. La escuela, en este caso, fue una institución primordial en el camino  emprendido. (De este modo, comenzó a perfilarse el modelo).[7]                                                                                     
   Las sucesivas administraciones democráticas o de facto agregaron, suprimieron o redefinieron objetivos que en educación se habían propuestos.
   En los comienzos del siglo XXI, luego de sortear serias dificultades, intentar la superación de antinomias, ver resquebrajarse el Estado en un rol distribuidor de políticas públicas, orientadas al bien común, como ser la educación, la salud y la seguridad, permiten vislumbrar un probable cambio. (Por lo menos, las autoridades políticas que hace poco asumieron el gobierno lo han manifestado).
   Según la Constitución de 1994 (Art. 75, inc. 19), la educación pública estatal debe “garantizar los principios de gratuidad y equidad”.
   El Estado Nacional debe -por lo tanto- garantizar el derecho de acceder a la educación a todos los ciudadanos. Como interviene -el Estado- en los conocidos mecanismos de control y regulación -aunque se diga que el sistema está descentralizado-, también se comprometerá en mantener el sostenimiento de la escuela (edificios, insumos, etc.) y los salarios docentes.
   Retomando el tema, se deduce que el proyecto de Nación debe principalmente fijarse  como metas la inclusión de los sectores postergados, la formación en el pueblo-nación de una cultura del trabajo y recobrar la confianza en el sistema democrático, en especial atención a sus instituciones. (Los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial  serán independientes como condición sine qua non, para que cada uno -los poderes- pueda llevar a cabo lo que la Carta Magna les asigna. Dentro de ese marco, el ciudadano deberá comprometerse con la participación y el debate de las ideas políticas[8], y no eludir la responsabilidad en integrar los órganos de control. No hay que olvidarse tampoco del sistema tributario[9], que con sus logros de justicia y equidad apuntará al bien común. (“Invertir en educación, ciencia y cultura es infinitamente más barato, más alentador, más inteligente que gastar en emergencia social.” Del actual secretario de Cultura del gobierno porteño, Gustavo López. Diario La Nación, 20/11/04 ).
   La integración que se viene llevando a cabo con el MERCOSUR y con los diferentes países latinoamericanos señalan un rumbo que ayuda a desandar los caminos impuestos por culturas foráneas, y retomar los senderos soñados y pensados por los hombres y mujeres que construyeron desde distintas tribunas ideológicas nuestra patria. No hay que olvidar que los últimos dictados en materia educativa fueron propuestos por el Banco Mundial, que desembolsó el dinero para tal fin[10]. El denominado proyecto de Estado-Nación no puede permitirlo; serán los agentes educativos quienes fijen la política en el país, de acuerdo con los lineamientos establecidos previamente. La escuela y los docentes trabajarán, por ende, junto con los niños y jóvenes, los valores y actitudes necesarios para que se genere y plasme el proyecto de una Argentina que, mirando al futuro, recuerde las fortalezas y debilidades del pasado y se instale en forma vital y definitiva en la actualidad. La capacitación docente intentará entonces ampliarse no sólo con las nuevas herramientas metodológicas del proceso enseñanza-aprendizaje, educará también en valores: se estimulará a los sujetos en el conocimiento teórico de ellos,  además de su puesta en práctica.
  
   En síntesis: proyecto de Nación, la escuela -la educación- como sostén clave y fundamental y los docentes, constructores y divulgadores de ese proyecto. 
   Labor nada fácil por su complejidad, aunque sí de grandes posibilidades, ya que reafirma a una sociedad  en búsqueda del bien común, y con proyecciones reales hacia los desafíos que vendrán.       




BIBLIOGRAFIA:

¨      Armano, Pedro L.:                                                                                                                  
    - ¿La escuela ha muerto?, Revista Consudec Nº 897/8,
             diciembre de 2000.
    - La escuela como empresa, Revista Consudec Nº 929, abril de 2002.
    - La revolución de los nombres, Revista Consudec Nº 935, enero de 2003.
    - Ida y vuelta, Revista Consudec Nº 946/7, julio de 2003.

¨      Calcagno Alfredo E. y Calcagno Eric: Argentina. Derrumbe neoliberal y      proyecto nacional. Ediciones Le Monde diplomatique, 2003.

¨      Everett, Reimer: La escuela ha muerto. Alternativas en materia de educación, Barcelona, Editorial Labor/ Punto Omega, 1986.

¨      García Delgado, Daniel: Estado – Nación y globalización. Fortalezas y debilidades en el umbral del tercer milenio. Parte I. 1 y 1.2, Parte II, Buenos Aires, Editorial Ariel, 1998.

¨      Stiglitz, Joseph E.: El malestar de la globalización, Buenos Aires, Editorial Taurus, 2002.

¨      Tedesco, Juan Carlos: La educación del futuro, Revista Criterio Nº 2279, Febrero de 2003.





















[1] “No es fácil definir lo que fue la Ilustración. Quizá lo era un poco más cuando Kant planteó la misma pregunta en un periódico de Berlín en 1874. ¿Debemos definirla como un conjunto de ideas filosóficas opuestas al despotismo, a la superstición, a la intolerancia? ¿O debemos pensar la Ilustración como un proyecto reformador que, desde el interior del Estado, trató de transformar las instituciones* *tradicionales?  En nuestro tiempo coexisten y sobreviven, me parece, estas dos definiciones e inspiran los esfuerzos de todos los que quieren reducir las desigualdades, construir un espacio democrático, pacificar las relaciones internacionales. Conocemos bien las dificultades de este sueño, y las perversiones que lo dañaron en el pasado. Sin embargo, los valores que lo fundamentan no están acabados. Hacen pensar y actuar a muchos hombres y mujeres en nuestros días”. (Roger Chartier,  diario La Nación,  Supl. Enfoques, 17 de octubre de 2004).

[2] Se recomienda la lectura del artículo “Colegio Nacional y Escuela Normal: la constitución de una identidad ciudadana diferenciada”de María del Carmen Fernández,  publicado en el Anuario 2000/1 de la revista Historia de la Educación.                                                                                                                                                                                                         
[3] De una encuesta de Nueva Mayoría, publicada por el matutino La Nación el  27/11/04.

[4] “Los técnicos tenemos que ser sólo andamios. Nos debemos retirar cuando el edificio está sólido y se puede mantener en pie solito. Por eso también en necesario revalorizar el saber de los docentes. Porque si no, pareciera que los docentes son ignorantes y que el saber es de los pedagogos o de los funcionarios políticos. Y ahí estamos en problemas, o que el que está con los chicos es el docente; el que sabe y puede evaluar mejor la realidad de lo que ocurre en el aula es el docente. También hay que acostumbrarlo a pedir ayuda y a que se enriquezca con ella”. (Silvina Gvirtz, diario Clarín, 6 de junio de 2004).
[5] Algunos autores no concuerdan con el término: no existe el neoliberalismo; o se es liberal o no, dicen.
[6] Los autores toman la palabra desde una perspectiva política: comprender una situación, para combatir lo pésimo (o lo malo) que perjudica a la sociedad.  
[7] Cómo se vive en el mejor país del mundo. La educación, clave de la transformación. Por Adrián Sack. Diario La Nación del  28/11/04.                     
      “ ‘La educación libre y gratuita es fundamental para la movilidad social 
ascendente, y en este país eso se nota claramente. En mi caso, si no fuera por la
fortaleza y la accesibilidad de este sistema nunca hubiera podido ir a la  universidad’, dice Una O’Reilly, una joven médica que fue criada por sus padres agricultores en la localidad de Galway.”
      “Más allá de que Irlanda tiene una legendaria tradición en educación, que mantuvo aún en los años difíciles que siguieron a su independencia, en 1922, el acceso masivo se potenció hace cerca de 30 años, cuando el Estado decidió aumentar sensiblemente las partidas destinadas a ese sector.”
      “Esta medida, junto con la más reciente disposición que establece la obligatoriedad de la educación hasta los 15 años, elevó el porcentaje de alumnos que terminan la escuela secundaria al 81%, de los cuales casi la mitad completa una carrera universitaria. (...)”.  

[8]“(…)  Hay una idea: que político es aquel que vive de la política y para la política. Full time. (...) Es de lo único que sabe hablar; lo único que le interesa es la política. Entonces, usted tiene políticos que no leen filosofía, que no estudian economía, que no saben idiomas. (...) En la Argentina parece raro que un político haga otra cosa.” Rodolfo  Terragno. De una entrevista efectuada por el periodista Jorge Elías. Diario La Nación del 13/11/04.
[9]“(… ) Lo que esperaría es que existiera un sistema fiscal y que los ricos pagaran los impuestos. (...) Un Estado que sea capaz de hacerles pagar los impuestos a los ricos, que son muchos, sería una señal importante”. Gianfranco Pasquino. De una entrevista al politicólogo italiano por la corresponsal en Italia del diario La Nación, Elisabetta Piqué. (Fue publicada el 10/11/04).

[10]“No debemos depender tanto de la ayuda económica de los organismos internacionales sino pensar e invertir en el desarrollo del capital humano de los latinoamericanos Con educación, trabajo y desarrollo del mercado interno de los países podríamos salir adelante. (…)”. Carlos Fuentes. Diario La Nación del 14/11/04.